Hoy vuelve a ser un día triste para la
familia nabatera. Hace poco se nos fue
Miguel, y ahora José Pallaruelo se ha marchado, el mismo día de su santo, y con
él un montón de sabiduría y experiencia en el entrañable oficio de nabatero.
Todo lo que sabemos los nabateros del Gállego se lo debemos a los del Sobrarbe, todo lo hemos
aprendido de ellos, gracias a su gran generosidad; puesto que en la Galliguera,
cuando decidimos recuperar este oficio, ya no quedaba nadie que hubiera bajado
el río sobre la madera y ellos tenían la suerte de contar con personas como José,
que había sido nabatero, y que como
todos los nabateros, nunca dejaría de
serlo: bajara o no bajara el río.
El día anterior al descenso del Gállego en
nuestra segunda bajada, después del duro trabajo dirigido por la sabiduría de
los experimentados nabateros del
Cinca, cuando ya teníamos los trampos
de la nabata acoplados, decidimos
probar en el agua la maniobrabilidad de los remos. Empezaba a llover y estábamos
muy cansados, así que en cuanto termináramos, recogeríamos y marcharíamos. Nada
más meter el remo en el agua, éste crujió: ¡se había partido! No nos lo podíamos
creer… Y no teníamos más remos. Así que nuestros nabateros decidieron sacar un remo de uno de los maderos sobrantes.
Aún recordamos la cara de José Pallaruelo y de Pepe Buesa… eran todo un poema;
para nada creían que nuestros principiantes nabateros
fueran capaces de hacer esa hazaña… Cuando vieron cómo lo enjaretaban y empezaban a darle forma, José se sacó un cigarro, lo
encendió y se sentó. Con ese sencillo gesto nos había dado su aprobación,
empezaba a confiar en nuestras posibilidades como nabateros.
Desde entonces empezó una maravillosa relación
de cariño con él. Siempre esperábamos su beneplácito, y José, hombre de pocas
palabras, nos lo transmitía de una forma u otra. Nos enseñó este oficio como
todo un arte, hacía de él toda una liturgia, todo como se hacía antaño sin
cambiar nada: una cuerda de escalar en vez de una soga nabatera era un sacrilegio, o no llevar astral, y a zenziella
bien rematada...
Además José tenía la habilidad de hacer que
pareciera fácil lo que para los demás era difícil: retorcía y remallaba los berdugos como si no le costase ningún esfuerzo, demostrándonos una
vez más su experiencia y su saber hacer. Cuando las nabatas bajaban por el río no dejaba de decir “reman de más, hay
que dar las remadas justas”. Cuando esto era un oficio y los trayectos que recorrían
eran muy largos, debían reservarse las fuerzas, además una remada de más era
muy difícil de corregir. ¡Era todo un maestro!
¡Cuánto nos enseñó, y con cuánto cariño lo
hizo...! Cada año cuando nos juntábamos a trabajar, encontrarnos de nuevo con él
era tremendamente gratificante para todos nosotros.
En el Cinca se han quedado un poco huérfanos,
pero en el Gállego también, porque ellos han tenido muchos nabateros que les han dejado su impronta, pero para nosotros José fue
tremendamente especial, pues sin nabatear
en nuestro río hizo suyo nuestro entusiasmo, siempre nos alentó y nos contagió una forma muy especial de vivir el río.
Gracias una vez más a todos los nabateros del Sobrarbe que tanto nos han
enriquecido con su sabiduría, su amistad, y por habernos enseñado a respetar este
oficio; pero especialmente a José, que nos supo transmitir la esencia nabatera, el amor a un estilo de vida
vinculado a la madera y al río.
José, tuvimos mucha suerte de conocerte y de
compartir contigo momentos tan maravillosos. Tu sonrisa seguirá iluminándonos en
todos nuestros descensos sea cual sea el río que naveguemos.
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