jueves, 19 de diciembre de 2013

A nuestro amigo Miguel Posa

¡Qué suerte hemos tenido de ser amigos de Miguel!

Nos has regalado tu ejemplo de lucha por un territorio y unas raíces, siempre sin desfallecer empujando la campana en concentraciones y manifestaciones, esa campana a la que tú le ideaste un carro porque intuías que tendría que hacer muchos kilómetros.

Todo lo hacías con la misma entrega y convencimiento, con ese sentido del deber que te acompañaba cuando te comprometías a algo.
Los lunes de cursillo a Jaca, siempre dispuesto a aprender, siempre con inquietudes de formarte, de hacer cosas nuevas.
No faltabas a misas y romerías, porque lo sentías como algo imprescindible.
Ensayos con el Orfeón Reino de los Mallos a los que acudías sin ninguna pereza los sábados  antes de aragonés.
Después, las clases de aragonés en Biscarrués, donde a pesar de que ibas de alumno, la mayor parte ejercías de maestro, puesto que eras uno de esos privilegiados que poseen el patrimonio de nuestra lengua aragonesa en los mismos genes.
Siempre, a todos estos sitios, allá donde ibas, ibas acompañado de Rosa, tu mujer.

Siempre nos hacías reír, siempre tenías un chiste, una historia, un refrán preparado para alegrarnos el rato.
Aún recordamos el día en que apareciste con unas minúsculas gafas que te hacían parecer un escritor de renombre y un bolígrafo tan chiquín que entre tus enormes dedos apenas se veía, parecía un palillo mondadientes. Con qué esmero hacías “los deberes” y con qué entusiasmo escribiste tu parte del libro en aragonés, ese que redactamos entre todos, con el que tanto nos divertimos y tan buenos ratos pasamos. ¡Cuanta sabiduría nos trasmitiste!

Incansable trabajador, igual arreglabas un tejado que limpiabas una senda o picabas en el huerto.
Tozudo y romancero como tú solo, pero tan entrañable que nos ponías tan fácil quererte...

Un nabatero de tierra adentro: igual movías maderos, que tirabas de astral, que retorcías berdugos; pero la nabata mucho mejor verla desde la orilla. La orilla de ese río que tú tanto defendiste.

Tu pueblo Santolaria lleva por apellido el nombre de tu río, Gállego, cómo no lo ibas a defender y a amar...
Siempre hablaste con orgullo de tu pueblo y de tu territorio: La Galliguera.

Cuántos ratos trabajando contigo, aprendiendo contigo, disfrutando contigo...

Grande y fuerte y a la vez, tierno y cariñoso, especialmente con Rosa, a la que esperabas con el coche caliente para que no tuviera frío al salir de guitarra, o cuando le llevabas una flor aunque no hubiera que buscar una escusa para hacerlo.

Siempre tu sonrisa, siempre tu tesón, con un corazón tan grande como tú.

Gracias Miguel por habernos regalado tu amistad.
Estaremos muy atentos, y si algún día oímos una campana a lo lejos, tal vez seas tú...

Aunque lo que está claro es que siempre, siempre, te llevaremos con nosotros en nuestra nabata, naveguemos por donde naveguemos, porque para siempre formarás parte de nuestros corazones.