¡Qué suerte hemos tenido de ser
amigos de Miguel!
Nos has regalado tu ejemplo de
lucha por un territorio y unas raíces, siempre sin desfallecer empujando la
campana en concentraciones y manifestaciones, esa campana a la que tú le
ideaste un carro porque intuías que tendría que hacer muchos kilómetros.
Todo lo hacías con la misma
entrega y convencimiento, con ese sentido del deber que te acompañaba cuando te
comprometías a algo.
Los lunes de cursillo a Jaca,
siempre dispuesto a aprender, siempre con inquietudes de formarte, de hacer
cosas nuevas.
No faltabas a misas y romerías,
porque lo sentías como algo imprescindible.
Ensayos con el Orfeón Reino de
los Mallos a los que acudías sin ninguna pereza los sábados antes de aragonés.
Después, las clases de aragonés
en Biscarrués, donde a pesar de que ibas de alumno, la mayor parte ejercías de
maestro, puesto que eras uno de esos privilegiados que poseen el patrimonio de
nuestra lengua aragonesa en los mismos genes.
Siempre, a todos estos sitios,
allá donde ibas, ibas acompañado de Rosa, tu mujer.
Siempre nos hacías reír, siempre
tenías un chiste, una historia, un refrán preparado para alegrarnos el rato.
Aún recordamos el día en que
apareciste con unas minúsculas gafas que te hacían parecer un escritor de
renombre y un bolígrafo tan chiquín
que entre tus enormes dedos apenas se veía, parecía un palillo mondadientes. Con
qué esmero hacías “los deberes” y con qué entusiasmo escribiste tu parte del
libro en aragonés, ese que redactamos entre todos, con el que tanto nos
divertimos y tan buenos ratos pasamos. ¡Cuanta sabiduría nos trasmitiste!
Incansable trabajador, igual
arreglabas un tejado que limpiabas una senda o picabas en el huerto.
Tozudo y romancero como tú solo, pero tan entrañable que nos ponías tan fácil
quererte...
Un nabatero de tierra adentro: igual movías maderos, que tirabas de astral, que retorcías berdugos; pero la nabata mucho mejor verla desde la orilla. La orilla de ese río que
tú tanto defendiste.
Tu pueblo Santolaria lleva por apellido el nombre de tu río, Gállego, cómo no
lo ibas a defender y a amar...
Siempre hablaste con orgullo de
tu pueblo y de tu territorio: La Galliguera.
Cuántos ratos trabajando contigo,
aprendiendo contigo, disfrutando contigo...
Grande y fuerte y a la vez,
tierno y cariñoso, especialmente con Rosa, a la que esperabas con el coche
caliente para que no tuviera frío al salir de guitarra, o cuando le llevabas una
flor aunque no hubiera que buscar una escusa para hacerlo.
Siempre tu sonrisa, siempre tu
tesón, con un corazón tan grande como tú.
Gracias Miguel por habernos
regalado tu amistad.
Estaremos muy atentos, y si algún
día oímos una campana a lo lejos, tal vez seas tú...
Aunque lo que está claro es que
siempre, siempre, te llevaremos con nosotros en nuestra nabata, naveguemos por donde naveguemos, porque para siempre formarás
parte de nuestros corazones.
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